martes, 9 de febrero de 2010

Shakespeare

Cuando me dijo que en realidad no piensa de esa manera, que fue desbordado por el enojo, que no tengo que creer en lo que dice cuando se enfurece, sentí que no había más esperanza. Si no debo creer en los actos realizados debido al sentimiento, sea cual fuere, me encuentro perdida en un mundo totalmente vacío de pasión, puramente objetivo, aburrido y hasta predecible. Creo que la verdadera esencia de las personas se evidencia al corresponder a un sentimiento, a una emoción o hasta a un ideal. ¿Cómo no voy a creer en las palabras de quien me habló desde el enojo? Entonces, tampoco debería creer cuando me hablen desde la dicha o desde cualquier otra emoción. De otro modo, ¿quién podría no sentir emoción alguna?
¿Qué somos sin nuestras pasiones? Lo que realizo siguiendo un sentimiento es lo que le da sentido a mi vida, lo que le quita el hastío de la rutina y la obligación. Yo soy lo que hago y digo al sentir. Por eso el ser humano es tan complejo y dinámico, porque siente distinto según las circunstancias: no somos siempre los mismos, pero sí somos un conjunto formado por todos los que fuimos alguna vez.
Ser fiel a mis pasiones me da la libertad de poder ser.