El hombre no es lo esencial que se manifiesta o se desenvuelve en un ser concreto de carne y hueso. El ser humano es una posibilidad que se abre en la condición de su existir, que se despliega y se manifiesta en su ser libre, lo humano se expresa en los proyectos arrojados a la existencia sin ser determinados por un otro superior, sino por el accionar mismo de su forma particular de existir. El hombre es, por lo tanto, lo que hace.
El ser humano es siempre un pro-yecto que se realiza en sus acciones, en sus decisiones y en sus elecciones. El papel de la conciencia es fundamental para crearme a mí mismo, para elegirme a través de mi actuación en el mundo. Entre lo posible y lo real, entre lo deseado y lo sufrido, la conciencia se controla a sí misma; por mi conciencia puedo cambiarme de un momento a otro, puedo controlarme o volverme diferente.
Mi conciencia me plantea a mí mismo como un existente especial en el mundo, por mi conciencia sé que existo y que puedo existir de diversas maneras. Para Sartre la conciencia reflexiva me permite modificarme a mí mismo, está centrada en la imaginación, en la imagen que construyo sobre mí y sobre lo que pro-yecto de mi propia vida. Proyecto condenado a ser libre, como el porvenir de mi existencia, de mi propia figura real que puede modificarse a partir de la conciencia.
La responsabilidad que me cabe por mis acciones es inmensa, ya que soy y existo a partir de mis elecciones, de mis propias limitaciones. En el optimismo de la libertad se encuentra en Sartre el pesimismo por lo que el hombre hace o hizo de o con su libertad.
El antisustancialismo sartreano nos mueve al desafío de encontrar en lo humano una posibilidad entre muchas, somos esa posible combinación de decisiones y elecciones que se despliegan en la acción; el humanismo ya no está garantizado por una razón humana benevolente o categórica a priori, el humanismo es todo lo que el hombre es capaz de hacer. Aún en lo atroz y en lo miserable de la condición humana.
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